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domingo, 25 de septiembre de 2011

Siempre se espera más de las mujeres - El universo de María Eugenia Vidal


Muy exigente. Consigo misma y con los demás. Así se define la electa Vicejefa del Gobierno de la Ciudad. Reconoce que combinar política y familia es una tarea difícil y que en su agenda están primero sus hijos. La ministra de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires es Lic. en Cs. Políticas de la UCA. Está casada con Ramiro Tagliaferro, diputado del PRO, y tienen tres hijos.

¿Por qué los anillos son tus objetos preferidos?
Porque cada uno tiene un significado. La alianza, el anillo que me regalo una tía cuando nació Camila y representa el Espíritu Santo. Este me lo regaló mi esposo antes de que naciera mi hijo Pedro. Y tengo otro, que hoy no traje, de mi hija María José.
¿El Espíritu Santo? ¿Sos muy creyente?
Soy católica pero no practicante, mi tía sí. Mi primera hija nació con labio leporino, fue un momento difícil para mí y el anillo fue la forma que encontró mi tía para acompañarme.
¿No te los sacás nunca?
A lo sumo agrego otros, pero éstos los llevo siempre, ni siquiera me los saco para dormir.
¿De qué barrio sos?
Viví la mayor parte de mi vida en Flores. Mi infancia, mi adolescencia, la universidad, ése es mi lugar. Ahora vivo en Castelar. Mi marido es de allá, y él empezó a hacer política en la Provincia antes que yo en la Ciudad y nos mudamos por eso.
¡Qué tema! ¿Vos vivirías en la ciudad?
Y sí, sería más cómodo. Incluso antes de ser candidata, sólo por ser Ministra, paso más tiempo acá que en la Provincia. Yo digo que vivo en Capital y duermo en Provincia. Si no tuviera este tema familiar, viviría acá.
O sea que todo empezó por amor al marido.
Sí, y además en ese momento queríamos comprarnos una casa con un poco de jardín y en la ciudad era mucho más caro.
¿Cómo te organizás con los chicos con tantas horas de trabajo?
Pedro es muy chiquito, en septiembre cumple cuatro. Tengo una persona, Rosa, que me ayuda. Es mi mano derecha, izquierda, todo, parte de la familia. Mi mamá también me ayuda muchísimo. Y hago algunos acuerdos con otras mamás del colegio.
¿Y el papá?
La división de tareas no llega a ser mitad y mitad. Pero colabora muchísimo. Yo comparo mi situación con otros matrimonios y él es de gran ayuda. No es fácil tener una mujer con una carrera tan demandante, de tantas horas. Pensá que muchos días, por ejemplo con la crisis del Indoamericano, no iba a dormir a mi casa.
¿Dónde dormías?
En mi despacho. Hay un sillón grande y descansaba ahí cuando podía.
¿Y los chicos?
Reclaman. Y a mí me parece sano que reclamen. No sería normal que no dijeran nada.
¿Y qué les decís?
Trato de explicarles que hago esto porque me gusta y necesito el sueldo para vivir, como les pasa a la mayoría de las mujeres que trabajan. Pero también porque apuesto a que ellos vivan en un país mejor que el que me tocó a mí. Y después trato de compensarlos, los fines de semana se los dedico sólo a ellos, salvo que haya alguna emergencia en el Gobierno. Las vacaciones las respeto siempre. Voy a los actos escolares, a las reuniones de padres. No importa lo que tenga en la agenda, lo dejo porque sé que para ellos es súper importante verme en esos momentos. Trato de estar siempre para la cena. Y los chicos se acuestan tarde porque después hacemos la tarea, reviso los cuadernos.
¿A veces te agarra culpa?
Sí, me pasa. Hay cosas que los chicos te cuentan distinto cuando recién llegan del colegio que cuatro horas después cuando vos llegás.
Los tiempos cambian pero los chicos siguen demandando a la mamá.
Si, obvio (risas). Porque todavía en la cultura sigue instalado que la madre es irreemplazable. ¿Viste que todas tenemos las mismas culpas?
¿Cuántas horas dormís?
Seis, siete los días que más duermo. Con eso me alcanza. Antes me gustaba dormir más, pero desde que tuve a mi primera hija nunca más pude volver a dormir (risas).
Apenas tomaste una gaseosa light, ¿no comés más?
Ahora como menos que antes. Pero comer, como. Cambió mi manera de comer. En septiembre del año pasado empecé el tratamiento para bajar de peso, ya terminó.
¿Cuánto había que bajar?
15 kilos.
¿Cómo fue la decisión? ¿Tuvo que ver la exposición pública?
Tuve problemas de obesidad desde adolescente y con los embarazos se agravó. Tenía que bajar 15 kilos para llegar a mi peso normal, sano, no estético. Lo que me terminó de definir fue un problema de salud, me dio el colesterol alto. Era una deuda pendiente, fui a Cormillot y pedí que me dieran algo que pudiera sostener y no morirme de hambre.
¿Cómo hacés para sostenerlo?
Como sano. Dos veces por semana hago ejercicio. Durante la campaña tenía las viandas, una ensalada, un caldo y un postre, todo eso. Y estaba tan cansada que no tenía más ganas de comer. Lo que pasa es que me siento tanto mejor, recuperé estado físico. Ahora puedo subir las escaleras y no morirme en el intento. Me veo mejor y eso me ayuda. Y siento cierto orgullo de decir “lo pude vencer”. Es la primera vez en muchos años que llego a mi peso. Lo voy a cuidar.
Es difícil imaginarte enojada. ¿Cómo sos cuando te enojás?
Me pongo muy seria, no grito, hablo un tono más bajo. Es difícil que me enoje, me suele pasar por acumulación y entonces tarda en irse. La mentira me enoja mucho.
¿Qué pasa cuando tu marido y vos se enojan?
No hablamos. Nos decimos algunas cosas, lo básico. Pero no tenemos el trato cariñoso de todos los días. Hasta que alguno se da cuenta que es ridículo, absurdo, insostenible. Y entonces tratamos de hablar sobre lo que pasó y resolverlo.
¿Es bueno pelearse a veces con el marido?
Sí, está bueno poder expresar tu enojo si algo te molesta. Ponerlo sobre la mesa y no dejarlo ahí de costado. El es una de las personas con las que más puedo expresar mi enojo.
¿Será porque lo sentís incondicional?
Y porque siempre sentí con él mucha libertad. Lo que más me dio esta relación es libertad. Además me divierto mucho con él. Siento que él está y me quiere aunque no le hable (risas).
¿Habías tenido muchos novios?
No muchos. No relaciones largas, pero sí serias. Hace 15 años que estamos juntos, un montón, a pesar de que somos re-jóvenes. Y no elegiría a otra persona. Nunca nos relajamos. Creo que también ese es el secreto. Elegirnos todos los días. Y saber que el matrimonio no es todo el tiempo felicidad completa.
¿Qué te gustó de él cuando lo conociste?
Lo primero que me gustó de él fue su espalda (risas). Éramos compañeros de la Universidad y él se sentaba delante mío y yo le miraba la espalda.
¿Cómo se dio todo?
El estaba de novio y yo también. Los dos nos fuimos de vacaciones en el verano y cuando volvimos ninguno de los dos tenía novio. Y ahí me invitó a salir. Tardó un montón en decidirse. La segunda vez que salimos nos pusimos de novios. Pasó más de un año desde que me empezó a gustar hasta que salimos por primera vez. Al poco tiempo, a los dos años, nos casamos.
¿A él qué fue lo que más le gustó de vos?
Yo era buena alumna y prolija y él era medio desastre. No era mal alumno, pero el típico que la pasa bien, mujeriego, popular y creo que le parecí un desafío.
¿Y vos sos siempre buena alumna?
Sí. Soy muy exigente. Tengo una vara muy alta. Es difícil para la gente que me quiere. Mi vara no es sólo para mí, lo traslado a los demás. Con los años he mejorado un poco con la gente que quiero, gracias a la terapia.
¿Hace cuánto que vas a terapia?
Ocho años. Con la misma. Con períodos de abandono. Todavía tengo mucho trabajo por hacer.
Tu sonrisa disimula la exigencia.
Sí, pero con una sonrisa soy igual de exigente. Con los chicos soy una mamá hincha. No les pido que sean los mejores alumnos, pero sí que se dediquen, que estudien, que se esfuercen.
¿Cómo se hace en política cuando hay que apartar a alguien del equipo?
Nunca es fácil porque la política te genera relaciones de mucho tiempo. Pero si querés hacer una buena gestión, se impone la realidad y si alguien no funciona para un cargo, eso empieza a tener consecuencias en la gestión.
¿Es lo mismo para un varón ser echado por un hombre que por una mujer?
Seguramente no. Las mujeres, en todo, tenemos que seguir rindiendo más examen que los varones. No es diferente de otros ámbitos de la vida.
En la política se suman los acuerdos, la militancia.
Tuve la suerte que Mauricio (Macri) me dio libertad para elegir todos los cargos cuando asumí. Y no me pidió ni un solo lugar. Armé mi equipo y me hice responsable. En estos años fueron dos o tres las veces que una persona no funcionó y no tuve que darle explicaciones a nadie. No son momentos fáciles ni agradables, pero no puedo sostener a alguien que no hace bien su trabajo. Siempre hay una crítica a mí misma. Podés tener mala suerte, pero pienso que tendría que haber elegido mejor.
¿Las mujeres nos llevamos bien trabajando o competimos entre nosotras?
Las dos cosas. La competencia en el trabajo y la política está incorporada, entre mujeres y entre varones. Competimos igual y colaboramos igual. Está mal que se piense que las mujeres que trabajamos en política seamos más solidarias, más sensibles. ¿Por qué? Somos seres humanos. ¿Por qué uno tiene que ser más? ¿Porque es mujer? Siempre se espera más. Hay más expectativas. Creo que este proceso que se viene dando en el mundo de mujeres presidentas y mujeres en los ámbitos de poder puede ayudar, de a poco, a cambiar las reglas de juego. Está empezando a pasar que el voto de la gente valora a las candidatas mujeres, es un plus.
¿Por qué?
Durante mucho tiempo el liderazgo lo tuvieron los hombres y muchos creen que está bueno probar qué pasa con las mujeres.

Fuente: María Laura Santillán / Clarín MUJER